El cine en la vida de Rocky Valdés

Por Humberto Mendieta.- La historia la conocí primero de boca de Édgar García Ochoa, Flash, que se ufana, con razón, de conocer todos los secretos de Cartagena. Luego la comprobé localizando a Rocky Valdés para grabar un testimonio de televisión. El objeto de esa entrevista era un reportaje en homenaje a Melanio Porto Ariza, una de las biblias del boxeo y del béisbol de La Heroica.

Lo dicho por Flash: Rocky era un cinéfilo obsesionado de insospechada disciplina de academia italiana. Se veía todos los días a las tres de la tarde una película distinta y la mayoría de las veces repetía las cintas. Había dos razones: primero, que descubrió de manera tardía la oportunidad de soñar y viajar a otros mundos a través del celuloide. Segundo, no leía con rapidez y cuando le gustaba una película la veía dos veces para poder repasar con seguridad los subtítulos cómodamente sentado en las viejas butacas de los cines del centro como Colón, Cartagena, Kalamary o Bucanero.

Así que ese guerrero inmenso y sencillo, como lo calificó John Zamora en su revista digital Zetta, era un soñador, tal cual son los amantes del séptimo arte. Había sido vendedor de pescado y lustrador de zapatos. Niño pobre de las barriadas cartageneras que apenas pudo asistir a los primeros cursos escolares y que a punta de esfuerzo y de golpes llegó a donde llegó. Lo hizo como todo cinéfilo que sueña, pero que, al contrario de muchos soñadores, él los hizo realidad.

La tarde de febrero de 1999 que fui a buscarlo a la zona de comidas del Mercado de Bazurto, llegué cuando acababa de irse, después de despachar un arroz de coco con mariscos y una posta de sábalo con agua e´ panela y limón. El menú era el habitual y se lo servía la legendaria Socorro, quien fue la que me contó en dónde podría encontrarlo esa tarde.

Puerta a puerta de cada uno de los cuatro cines del Centro, frente al Camellón de los Mártires, fui preguntando hasta que uno de los porteros me confirmó que Rocky acaba de entrar en esa sala.

En medio de la oscuridad ausculté hasta descubrir el brillo de una gruesa cadena de oro. Era Rocky que veía Tarzán en dibujos animados, basada en la obra fabulosa de Edgar Rice Burroughs, llevada con éxito al comic. Le conté a Rocky mi propósito de esa tarde y solo hasta cuando mencioné el nombre de Melanio se espabiló. La condición fue que lo esperara en la puerta. Así lo hice y nos dio la entrevista para el reportaje-homenaje a quien fue su padrino y consejero más cercano.

Rocky era un caballero a carta cabal. No necesitó ningún doctorado, ni educación de pedigrí. Fue un ser humano excepcional, como lo califican quienes lo conocieron de cerca. Un ejemplo para deportistas y ganadores. No despilfarró dinero ni fama. No jugó con el buen nombre. Nunca puso en duda que sus triunfos fueron a puro pulso y puño limpio. Cuántas alegrías nos dio y cuánto debemos ponerlo como muestra de que la gente grande es inmensa y sencilla.

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