Londoño, a lo Petro, la emprende contra una minoría y una cultura cartagenera

Análisis de John Zamora.- El alcalde Sergio Londoño Zurek debe saber, como politólogo, lo mucho que la humanidad está luchando para que las minorías no sean pisoteadas ni estigmatizadas; y también debe saber lo mucho que la cultura aporta a la esperanza de una sociedad; por lo que está a tiempo de recoger los contradictorios pasos que comenzó a dar contra una cultura y una minoría cartagenera: la taurina.

Las minorías cada día reciben más respeto y se les abren espacios, pero la negativa del alcalde a las corridas de toros en Cartagena contrasta con las buenas intenciones de lo que él ha denominado “la ciudad de la Esperanza”.

En una ciudad incluyente y con esperanza, caben minorías como las personas en condición de discapacidad, la comunidad LGBTI, los indígenas, entre otros segmentos de población, por lo que causa desconcierto que sea la primera autoridad civil del Distrito la que prohíje la discriminación contra la población aficionada a la tauromaquia, sea local o visitante.

Además de equivocarse políticamente, también el alcalde Londoño está mal aplicando y mal interpretando la ley. Resulta que la norma invocada para censurar, la ley 1774 de 2016, no considera ni a las corridas de toros, ni las peleas de gallos, ni las corralejas (propias del nuestro Caribe), ni el coleo llanero, como formas de maltrato animal. Para ahondar en su error, es la ley 916 de 2004 la que regula las corridas de toros, y es una ley vigente en plenitud, acorde con reiterados fallos de la Corte Constitucional.

Tan vigente es la ley taurina, que en Bogotá se debió remodelar la plaza de toros Santamaría y abrir una licitación, en contra de los caprichos populacheros del fatídico exalcalde Gustavo Petro y del actual alcalde Enrique Peñalosa. La “Feria de la Libertad” tendrá corridas entre enero y febrero de 2018.

Londoño no debe tomar como ejemplo el proceder de estos, ni buscar parecerse sobre todo a Petro, categórico perseguidor de esta minoría, antidemócrata, tirano y marullero.

En evidente endeble argumento, desconoce el alcalde Londoño Zurek, o tal vez sus malintencionados asesores, que las corridas de toros no necesitan su autorización, pues por expreso mandato de la ley están autorizadas; lo único que puede hacer es verificar que se cumplan los requisitos que el empresario deba reunir.

Junto a la discriminación a una minoría y la inobservancia de la ley, el alcalde Londoño desconoce una cultura de la que su propia familia ha sido cercana y entusiasta, por varias generaciones. Los toros llegaron a Cartagena junto con la religión, el idioma y la arquitectura, y han sido protagonistas por siglos. Una de las más preciosas joyas arquitectónicas, que contribuyó a que la Unesco nos declarara Patrimonio de la Humanidad fue, precisamente, la plaza de la Serrezuela. El hijo de un gran arquitecto debe saberlo perfectamente.

La plaza Monumental Cartagena de Indias, inaugurada en 1974, ha sido catalogada como la más hermosa de América, por encima de la de México, que es la más grande del mundo con capacidad para 50 mil espectadores, y por encima de la de Acho (Perú), que data de finales del siglo XVIII.

La cultura taurina de Cartagena ha sido fértil en letras, como lo atestigua la pluma del taurino premio Nobel Gabriel García Márquez; y fértil en pintura y escultura, como la obra de Alejandro Obregón. También nuestra ciudad ha sido cuna y residencia de grandes toreros y de una respetable tradición de peñas taurinas, que cultivan esta sana afición.

Los taurinos han acudido siempre a la plaza de toros en paz, y han salido siempre en paz, (por eso es una fiesta, la fiesta brava) muy distinto a las medidas de orden público que el propio alcalde Londoño ha debido tomar en tratándose de partidos de fútbol, por ejemplo.

En fin. El buen alcalde, que ha tomado una ciudad en crisis y busca darle esperanza, se equivoca al provocar una crisis artificial en desmedro de una cultura, de una tradición y, sobre todo, de una minoría, a la que nunca debe negarle la esperanza. Está a tiempo de rectificar. Eso es grandeza de estadista, cualidad que –creemos- puede demostrar.