La necesidad de caminar hacia una Cartagena de todos y para todos – Opinión de Daniel E. Flórez Muñoz

Por Daniel E. Flórez Muñoz (Especial para Revista Zetta).- Cartagena de Indias, esa ciudad que es desde muchos lugares del mundo vista como un símbolo de libertad y lucha popular, un escenario de gesta de procesos políticos orientados a la reivindicación de los inaplazables principios de la dignidad humana y la democracia. Esa ciudad que en su momento vio marchar al libertador aquel octubre de 1812, y que luego encontró en figuras como Pedro Romero un arquitecto insignia al coraje y la valentía de atreverse a levantar la voz contra el opresor, contra aquel que niega la voluntad de los muchos para imponer los mezquinos intereses de los pocos. Ejemplo de resistencia y ejemplo de lucha por la soberanía, eso es en historia lo que Cartagena significa, y ese es el legado que hoy más que nunca conviene tener presente. Fueron los tiempos de crisis los que nos hicieron grandes, en ese momento no fuimos inferiores a las dificultades y estoy seguro que en la crisis de hoy tampoco lo seremos.

El presente al que asiste la ciudad dista enormemente del tamaño y honor de su legado. La misma que un día fue símbolo de democracia, hoy representa el último estertor de una élite política que ha hecho de lo público y de las instituciones estatales, simples plataformas para afianzar un poder que ha marchado únicamente en beneficio de aquellos, que ayer al igual que hoy, consideran solo a los suyos como depositarios del divino derecho de ser parte de la ciudad.

Esa élite que hizo de esta ciudad una lugar donde las oportunidades son para unos pocos, donde el progreso, la seguridad y el porvenir son beneficios marcados por estratos sociales y color de piel; ha actuado históricamente sobre la convicción de que su poder sería para siempre, sin embargo vemos como poco a poco los velos tras los cuales se escondía la realidad han ido cedido ante la fuerza de los hechos, los escándalos cada vez son menos olvidados y las castas políticas caminan hoy mostrado su verdadero rostro, ha quedado por fin manifiesta la mentira de su representación.

Son ellos, esa casta decadente, la que usando la popularidad de quienes se veían como pueblo, gobernaron a través de cuerpo ajeno esta ciudad, cerrando así la posibilidad de que en el mañana los cartageneros pudieran creer nuevamente en quien se parece a ellos, a quien es de nuestro color y habla como nosotros, vecino, un amigo, una persona de su pueblo y para su pueblo. Pero al mismo tiempo, esta estafa de las élites que maquillaron sus estructuras con ropaje de barrio, ha permitido el despertar en una ciudadanía que abre los ojos ante el engaño de quienes se sintieron dueños absolutos de los destinos de la ciudad. He visto con mis ojos, cómo estas gentes, multitudes en los barrios de la ciudad, despiertan para mirar la realidad de nuestra democracia y asumen el compromiso de sentar unas nuevas bases sobre las cuales pensar la gestión pública y la participación ciudadana, bases que efectivamente respondan a las necesidades de la totalidad de las personas de la ciudad, una ciudad que sea tanto para los empresarios como para el desempleado, para el trabajador informal y para la madre familia, una ciudad verdaderamente para todos en la que la corrupción y avaricia deje de alimentar el actuar de las familias que siguen queriendo dirigir los destinos de la ciudad de forma independiente de los intereses de las mayorías y las necesidades de su pueblo.

Es hora de refundar Cartagena, sobre la base afectiva de quien siente que es su ciudad, su hogar, ese sentido de pertenencia que nos hace defender lo que es de uno es lo que ha sido olvidado por buena parte de aquellos que hoy son responsables del desprestigio institucional y la corrupción que ha escandalizado la ciudad. Querer a Cartagena, ese debe ser el primer mandato ético de cualquier persona que aspire a ostentar cualquier alta dignidad pública en la ciudad.

Toda crisis supone una dificultad, pero fundamentalmente supone una oportunidad para cambiar y así mejorar las cosas. Debemos ser conscientes de que esta ciudad hoy más que nunca requiere una transformación estructural de la forma en la que se ejerce el poder y la forma en la que la ciudadanía asume su soberano lugar democrático. Por esa razón, entre todos debemos emprender la tarea de construir una ciudad para todos, una ciudad que sea reflejo de nuestro proyecto de vida, que sea la ciudad que queremos y no la que nos toca vivir, aquella ciudad reducida a los desechos de las mordaces fauces de la corrupción y el nepotismo.

El pueblo debe asumir la defensa de su ciudad y el primer paso para eso es asumirse como actor político libre y soberano. Reclamar ese lugar implica asumirse como responsable directo de los rumbos de la ciudad y arquitecto de su porvenir. Hoy la lucha por la democracia, una democracia decente y plural, participativa y deliberante debe ser una de las principales banderas que enarbolar cualquier proceso de reconstrucción de ciudad. Los políticos tradicionales, las casas electorales y falsos caudillismos nos han llevado al crisis en la que estamos, no serán ellos los que contribuyan a superar el problema porque en primer lugar son ellos parte del problema, es el pueblo libre en único que puede actuar colectivamente y transformar para siempre la ciudad que dejaremos a nuestros hijos. Es hora de abrazar la imaginación política y fortalecer los liderazgos comunitarios, renovar la política y extirpar de raíz aquellas prácticas que han mantenido el orden que pretendemos superar de una vez por todas. Somos nosotros, la gente del común la que puede en este momento dar oxígeno a una ciudad que se muere por el egoísmo de sus dirigentes y el conformismo pesimista de algunos de sus habitantes. Todo mero espectador en una situación de crisis, de abierta injusticia, es un cómplice o un cobarde. Este pueblo ha demostrado en la historia no ser ni lo uno ni lo otro, por eso confío que no lo seremos.

Las elecciones atípicas serán el momento para que asumamos la tarea de mando y de combate y construyamos juntos la ciudad que deseamos. Esta ciudad merece volver a ser grande y para eso necesitamos que cada uno de nosotros esté dispuesto, al igual que en su momento lo hicieron los próceres, a escribir la historia y definir el rumbo. Es nuestro momento, ahora nos toca a nosotros seguir caminando por la democracia y la dignidad de Cartagena.

 

Daniel E. Florez Muñoz

Profesor Investigador del Programa de Derecho, Universidad de Cartagena. Activista en Derechos Humanos.