También hay que mirar al campo – Opinión de Carlos Féliz Monsalve

Por Carlos Féliz Monsalve (Especial para Revista Zetta).- Colombia es un país con vocación al campo, esto quiere decir, que grandes ciudades y comunidades se forjaron con las manos de humildes agricultores que lideraron procesos de desarrollo que impactaron notablemente en la construcción de la República. Sin embargo, a día de hoy esta empresa parece ser olvidada por algunos gobernantes, quienes se empeñan más por liderar proyectos de desarrollo para los grandes centros urbanos, olvidando la verdadera esencia de una nación que solamente emplea el 24 % de sus 22 millones de hectáreas disponibles para el agro.

 

Muchas regiones vastas en riqueza por lo nutrido de sus suelos, fueron disminuidas marcadamente por el paso de la guerra. Este conflicto armado, ocasionó el despejo indiscriminado de tierras por parte de los grupos guerrilleros y paramilitares, para ser reutilizadas a su vez para el cultivo de amapola, cocaína y cannabis (Marihuana). Estas actividades ilícitas, lideradas por los beligerantes, ocasionaron una involución de la manufactura agrícola, dando paso al posicionamiento del mercado de narcóticos.

 

Y es que a los dos problemas ya enunciados que someten al campo colombiano, se les debe sumar la pobreza, la falta de infraestructura vial, la carencia de servicios básicos, la inasistencia institucional, la inexistencia de inversión local y extranjera, pero sobre todo la informalidad con la que se caracterizó la práctica de esa actividad.

 

El estudio acucioso de las soluciones viables para vencer la insensibilidad existente, debe tener como prioridad empoderar al campesino del potencial que genera su oficio. No podemos seguir tratando al campesinado como el engranaje fundamental de la nación, y no brindarle la lubricación necesaria, pues estamos desaprovechando palpablemente la expansión de todos los sectores que al agro nos ofrece, ya que, gracias a nuestra posición geográfica y climática, como territorio contamos con una biodiversidad infinita (La exportación agraria del país se ha concentrado solo en café, flores y banano, con un 61 % de las ventas).

 

Departamentos como el de Bolívar, tienen gran variedad de productos para ofrecer a los diferentes rincones del país y el mundo, dentro de los que podemos enunciar para ilustrar: el aguacate, yuca, ñame, maíz, ajonjolí, tabaco, entre otros, porque si hacemos un censo completo de los mismos, quizás no pudiéramos concluir este artículo.

 

A pesar de los prolífico, el portafolio del agro colombiano encuentra su piedra de lastre, en la falta de apalancamiento económico de los sectores, y esto se debe principalmente a la informalidad de la cadena de producción. El cultivador no es el titular de la tierra que siembra, circunstancia irrefutable que le impide contar con garantías de pago que respalden las obligaciones que debe contraer para la plantación, recolección y posterior distribución de su producto.

 

La anterior afirmación, encuentra mayor sustento, con las cifras entregadas por el extinto Instituto de Desarrollo Rural (Incoder), el cual señaló que la mitad de los predios rurales inscritos en el catastro no tiene títulos de propiedad, lo que se traduce en 1.5 millones de predios rurales poseídos por diferentes causas, como herencias no adjudicadas, títulos de falsa tradición, ocupación de baldíos o tierras de propiedad de terceros.

 

Los paliativos adoptados hasta la fecha, nos permiten concluir que todavía existe una deuda histórica con la sociedad rural, por lo que, antes de seguir manifestando a boca llena que el progreso del país está en el campo, debemos fortalecer la empresa agraria, en principiocon las siguientes acciones:

 

  1. Titulación de la tierra: El campesino debe ser el propietario de la tierra que labra. No podemos seguir engordando grandes mazas de tierra con la herencia de los más necesitados.
  2. Formalización del campo como empresa: de la mano de las Cámaras de Comercio, es necesario inscribir en el registro mercantil la empresa agraria en Colombia. Cada cultivador, campesino o trabajador del campo, merecen oportunidades de crecimiento y competitividad. La formalización de su actividad permite generar confianza al inversor, al establecer un capital accionario y la tierra como garantía a las obligaciones rutinarias que se deben contraer.
  3. Atracción de mercados: De los anteriores puntos, creo que este es el más esencial, pues, debemos hacer atractivos nuestros productos, mostrando su alto valor nutricional, beneficios para la salud y demás polivalencias, elevando el interés de compra en mercados foráneos.

 

Si bien el estado ha generado diferentes procesos de restitución de tierra, incluso con la creación de una jurisdicción especial para ello, en el ambiente social todavía existe un aroma de injusticia que no ha sido dispersado, razón por la cual, la toma de medidas ya no debe ser inmediata sino en el acto, para que la falta de oportunidades y prestaciones de servicios básicos en el campo, no siga trayendo a las ciudades migraciones masivas de ciudadanos que en derecho buscan un mejor porvenir, pero que a la postre terminan topándose con mayores adversidades sociales, por la falta de oportunidades que en las principales ciudades predomina.

 

Este capítulo esencial dentro de la agenda gubernamental, debe velar por recuperar la pérdida del tejido rural, así como revaluación del talento humano del campo, ya que la problemática existente no se compensa con actos de caridad, recordemos que del campo depende el sustento de la nación y el progreso de la sociedad, por tal motivo, iniciativas como el Gran Mercado Campesino, lideradas por el Gobierno del Bolívar Sí Avanza, son un acierto trascendental en el impulso de esta necesitada industria, dado que impactan notablemente en el corazón del campo, trayendo a la ciudad de Cartagena los principales productos que nuestra despensa agrícola ofrece; pero con un ingrediente de contenido tal, que el campesinado se convierte en el protagonista principal, pues es este el encargado de ofrecer los frutos obtenidos con sus manos laboriosas y germinados en la tierra bolivarense.

 

CARLOS FELIZ MONSALVE