Secuestros políticos – Opinión de John Zamora

Por John Zamora (Director Revista Zetta).- La magnánima obra musical de Richard Wagner fue secuestrada, 50 años después de su muerte, por un loco peligrosísimo, dictador y genocida: Adolfo Hitler.

Con este secuestro político, el Fürer pretendió ponerle música a su demencial proyecto político, para expandirse sobre toda Europa y perpetuarse por mil años.

“Usted es enemigo de  la paz”, le gritó varias veces a Winston Churchill, a sabiendas que el líder inglés no le “comió cuento” y siempre denunció sus intenciones expansionistas.

Para “liberar” del secuestro a Wagner, en 2001, el excelso pianista y mejor director argentino Daniel Barenboin (judío y palestino, a la vez) pretendió tocar su ópera insigne “Tristán e Isolda” en Jerusalem. Las protestas de algunos sobrevivientes del Holocausto lo impidieron, pero alcanzó a tocar una pieza al final del remendado concierto, para que salieran los que no querían escucharlo, y se quedaran los que no tuvieran impedimento.

Gracias a Baremboin, Wagner comenzó a salir de la celda ideológica en que lo encasilló el megalómano antisemita.

Secuestrar a una figura egregia del pasado para justificar los más bajos fines políticos fue una lección que, lastimosamente, han aprendido algotros sátrapas modernos.

Le pasó a José Martí en Cuba bajo la revolución castrista, y a Simón Bolívar con Hugo Chávez, que no solo lo puso tras las rejas, sino que pretendió que le creyeran de similar estatura política. El Libertador se convirtió en una especie de “souvenir” del régimen chavista, sus retratos de “merchandising” fueron llevados a la brava a asociarse con su gobierno, y para justificar el secuestro hasta rebautizó a Venezuela con el nombre de “República Bolivariana”, como para que nadie estrilara.

La historia espera escribir muy pronto una nueva página, que le devuelva la libertad tanto a Bolívar como a Venezuela, y cerrar el turbio capítulo, con fracaso incluido, del socialismo del siglo XXI.

En Colombia ha habido intentos mediocres de secuestro a Jorge Eliécer Gaitán, y la figura política que más cerca está de ser hecha cautiva, o por lo menos así se ha detectado, es Luis Carlos Galán.

Sin duda, Galán era el líder que Colombia necesitaba justo en el momento en que Pablo Escobar lo mandó a matar. Tenía la concepción adecuada del Estado para el final del siglo XX, con ideas progresistas y un freno en seco al clientelismo y la corrupción política, el mal que ha seguido campante hasta nuestros días.

El doctor Galán no pudo detener las balas del atentado de Soacha, pero debe estar ahora muy atento al conato de secuestro que en esa misma plaza le han querido tender. Cualquier mamarracho que hoy venga a reclamar como propio el ideario galanista, no es más que una sombra escuálida de un inconfeso neofascista, que por izquierda o por derecha, trata de auto proclamarse el nuevo Bolívar, el nuevo Galán, el nuevo mesías. Tranquilo, doctor Galán, que tiene una férrea guardia que impedirá que usted corra la misma suerte de Wagner, Martí o Bolívar, y jamás caerá en las garras de otro loco peligrosísimo dictador.